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 El mito de liberar las emociones




La idea de que las emociones operan como un sistema hidráulico sigue siendo ampliamente aceptada. La imagen de una carga emocional negativa que se acumula como si fuera agua en un depósito que podría desbordarse es tan intuitiva que parece cierta. Sin embargo, las emociones no funcionan de esta manera. A diferencia de un sistema hidráulico, en el que la liberación de la presión permite un funcionamiento normal, las emociones siguen un conjunto diferente de reglas.


 Expresando la ira


Cuando intentamos "liberar" nuestra ira compartiéndola con alguien que nos escucha, en lugar de disminuir, la ira puede intensificarse. Al desahogarnos, la validación que recibimos de nuestro interlocutor puede hacer que la ira se sienta aún más justificada y, por lo tanto, más potente. En lugar de aliviarse, la tensión causada por la ira se amplifica.


Expresando el miedo


El miedo sigue un mecanismo más sutil. Al hablar de nuestras ansiedades con la intención de reducirlas, lo que a menudo logramos es hacerlas más reales y presentes. Compartir nuestros miedos con otros no solo puede intensificarlos, sino que también puede solidificar la percepción de que el miedo es una amenaza tangible.


 Expresando el placer


Si intentamos distanciarnos de un placer que deseamos evitar, hablar de ello puede tener el efecto contrario. Cuanto más lo mencionamos, más atractivo se vuelve, hasta el punto en que resulta imposible resistirse.


 Expresando el dolor


Compartir nuestro dolor con alguien que intenta consolarnos puede desencadenar una dinámica peligrosa. El apoyo que recibimos puede crear una "ventaja secundaria" al hacernos sentir importantes para la persona que nos atiende, lo que puede profundizar nuestro dolor en lugar de aliviarlo. En lugar de superarlo, podemos llegar a depender del consuelo y quedar atrapados en una espiral descendente.





 

El peligro de liberar las emociones


Permitir que las emociones se expresen sin restricciones puede ser aún más perjudicial. Si damos rienda suelta a la ira, podemos realizar acciones de las que luego nos arrepentiremos. Abandonarnos al dolor puede llevarnos a la autodestrucción. Si nos dejamos llevar por el miedo, terminaremos evitando situaciones hasta el punto de que el miedo se vuelve insuperable. Y si nos entregamos sin restricciones al placer, podemos llegar a ser esclavos de nuestros propios deseos.





 El mito del control


El exceso en cualquier virtud puede convertirse en un defecto, y esto se aplica a las emociones. Tratar de controlar las emociones a través de la lógica y el razonamiento puede ser contraproducente. Las emociones no siguen las reglas de la lógica racional; operan bajo una lógica diferente, que no puede ser sometida a las mismas herramientas que usamos para resolver problemas.


Por ejemplo, aunque podamos entender racionalmente que los fantasmas no existen, esta comprensión no reduce el miedo a ellos. Las emociones son reacciones irracionales que no pueden ser gestionadas mediante el razonamiento lógico. Todos hemos experimentado lo difícil que es controlar la ira o un deseo fuerte solo con razonamientos.




 Estrategias para gestionar las emociones


El primer paso para manejar las emociones de manera efectiva es no intentar reprimirlas o controlarlas directamente. Intentar detenerlas sería como tratar de frenar un río con las manos. En cambio, debemos permitir que las emociones sigan su curso natural, lo que les permite fluir sin intensificarse.


No se trata de ceder ante ellas, sino de utilizarlas de manera constructiva. El miedo, por ejemplo, puede transformarse en coraje si lo aceptamos y lo empujamos al límite. El dolor puede ser superado si se le da el tiempo y espacio necesarios. La ira puede ser canalizada en formas no destructivas, e incluso productivas. Y el placer puede ser disfrutado en momentos específicos, evitando que nos domine.


La clave para gestionar nuestras emociones es hacerlas nuestras aliadas. Al igual que un navegante que utiliza el viento para guiar su barco hacia nuevas tierras, podemos aprender a manejar nuestras emociones de manera que nos impulsen en lugar de arrastrarnos.

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